El proceso de sanación del alma.
Como profesional de la salud mental me enfrento cada día a la dolencia del alma de cada persona que se sienta delante mío. Sí, el dolor del alma no tiene edad ni género. Duele al niño que no sabe cómo expresar lo que le está pasando; al adolescente que no sabe por qué se siente así; a los jóvenes que tienen miedo de emprender un proyecto que implique a un otro; y a los adultos, que miran su vida hacia atrás, como quien está llegando a las últimas páginas de su novela preferida, con cierto anhelo y frustración de no haberse animado a vivir de otra manera, renegando tal vez de las decisiones tomadas...
Todo esto deviene en dolencia. Hay un dolor que emerge en los relatos, en las miradas y en las acciones. Y ahí nos encontramos, en este espacio mental-emocional, procurando sostener, apuntalar, clarificar... Ahí entretejemos el vínculo que favorece que emerja lo oculto, lo inconsciente.
En la medida que se va esbozando el mapa emocional de la persona, se van encontrando los patrones, conductuales, la tipología mental, y surgen los porqué. La persona comienza a concientizar su forma de ser en el mundo. Afloran las motivaciones, los traumas y todo lo que no se dice. Cuando el despertar de la consciencia ocurre, se produce un giro, un quiebre, un movimiento mental que posiciona a la persona en otro lugar. Desde allí se produce el acto revolucionario de transformación. Ya las preguntas se inician con el para qué, el dolor encuentra un sentido que reconforta, que abraza y que deja de castigar. Aceptar que hemos tomado decisiones o caminos poco convenientes, o que hemos emprendido relaciones afectivas o laborales que no resultaron en lo que esperábamos. Todo el ruido del ser interior hace silencio, y podemos escuchar lo que nos esta pasando sin juzgarnos, sin menospreciarnos.
Por eso siempre sostengo que es descubrirse a uno mismo, con todas las aristas que componen nuestra persona, es un arte. Un arte que requiere de compromiso con nuestro propio proceso.