El dominio propio.
El dominio propio radica en la capacidad que poseemos para ejercer el gobierno sobre nuestra persona. Gobierno que involucra absolutamente todas las aéreas que nos atraviesan como humanos. En las últimas décadas se ha podido observar cómo, de manera sutil, hemos ido cediendo terreno a nuestras propias voces que se rebelan contra un orden que nos habilita a ser funcionales. El ejercicio de nuestra voluntad ha quedado relegado a un par de momentos donde nos cuestionamos por qué nos cuesta tanto iniciar cosas, o una vez iniciadas, sostenerlas en el tiempo. El desafío macro que tenemos como sociedad, es de tolerar la embestida de un mundo que está apurado, y que en el afán de conseguir las cosas "ya", atropella los propios tiempos de cada uno, estableciendo así una medida general que, en muchos casos, y por el propio contexto individual, no puede alcanzarse de la manera que se determina válido.
Estamos en la época de mayor información, que paradójicamente produce mayor desinformación. La sobreinformación produce confusión, y poco hace al pensamiento crítico de la persona. En medio de este contexto que pareciera tan adverso, es cuando el ejercicio del dominio propio cobra mayor relieve e importancia. ¿Por qué? Porque poder ejercerlo nos da libertad y confianza. Cuando uno pone en práctica el dominio propio, se da a sí mismo la posibilidad de pensar con una finalidad o propósito, es decir, la propia impulsividad queda sometida al acto del pensamiento, y, por ende, esa demora habilita que uno piense conscientemente la mejor posibilidad u opción, y, por tanto, que actúe en pos de un beneficio en corto, mediano o largo plazo. Por consiguiente, el dominio propio potencia la creencia en las propias posibilidades favoreciendo de esta manera el aumento de la autoestima, de la capacidad de logro y del autoconocimiento; ya que la concientización de mi manera de actuar ante determinados estímulos o en determinadas situaciones, es un excelente escenario para descubrirme.
Dominio propio es una de las esferas de los límites necesarios que como humanos requerimos para poder vivir en orden, tanto mentalmente como en la relación con los demás.