El dolor mental.
Quienes trabajamos en el área de salud mental, el dolor mental es tangible. Lo vemos manifestándose e irrumpiendo de miles de formas y maneras. El dolor mental se materializa en cada palabra, en cada mano que aprieta fuerte un pañuelo, en cada vez que se acomodan en su asiento. Cuando se enderezan, cuando se tapan los ojos. En el trazo de un dibujo, en una pregunta. El dolor del otro se hace como una melodía, que nos pone en una sintonía en donde se crea un espacio nuevo, pero en la mente. La mente se expande, la mente comprende, la mente se cuestiona, la mente tal vez hasta deja de doler un poquito. Son esos momentos donde uno se maravilla de la vida. Y donde cada historia resuena distinto. Donde cada quien vuelca una partecita suya, muchas veces rota, herida, confundida, o por qué no entusiasmada, curiosa y con ganas de avanzar, pero avanzar desde un nuevo lugar. Sí, se crean nuevos espacios en el otro. Preguntas, o no preguntas. Y uno acompaña. Uno sostiene los silencios. Uno contiene en silencio. Un silencio que comunica la presencia; que comunica el estar con el otro. Se acompaña en la travesía del conocerse, de explorarse.
El dolor mental se materializa en el cuerpo. El cuerpo siempre va a vehiculizar lo que no ponemos en palabras, lo que no podemos enfrentar y mucho menos resolver. El dolor mental es, existe y debe tratarse como la dolencia que es. Muchas veces resulta inhabilitante. Ansiedad, fobias, depresión, ataques de pánico, angustia, insomnio, enfermedades de piel. Todo esto habla lo que estamos callando.
Hablemos sobre nuestro dolor mental. Siempre.